sábado, 10 de julio de 2010

septiembre 2004 Un cuento de calle

Un cuento de calle

Tal vez todas las historias se escriban con un mismo sentido, con un desahogo que el alma agobiada exalta para no morir en la lúgubre sombra, esta historia no se aleja mucho de esos ideales, trata encarnecidamente de evitar que todo el sufrimiento llegue y se aleje con un alma que se ha despedido mil veces, jamás se sabrá si lo que se escribe en realidad es un regalo de la creatividad y de los juegos literarios, pero sólo se puede escribir de nuestras propias vivencias, de lo que nos daña y ofende.

Hace ya algún tiempo, en un lugar que parece este, nació aquellos que todos ingenuamente llaman amor, brotó como casi todo lo que se refiere de ese sentimiento, de una soledad que cubría todo, como aquella niebla que aparece todas las mañanas en la ventana, fría y penetrable. Así aparecía insistentemente como una sombra que te atrapa sin que se palpe, una soledad invisible que sobrepasaba todos los límites de la serenidad, de la tranquilidad y de la esperanza. Una soledad que parece que no te abandona, como un gran peso en tu espalda adolorida, te acompaña y crees que puedes vivir así, en el tumulto de sentimientos ocultos e intransferibles, cuando aprendes sin mayor esfuerzos a llorar sobre una almohada, en una habitación grande, llena de paredes sin color ni magia.

Siempre en una historia se crean personajes, nombres, muchas veces apellidos, familia pasado y lugares específicos, sólo se utilizará un tú y un yo, porque el amor sólo debe ser de dos, no más, no menos, no hay triángulos, tampoco cuadrados, sólo dos, como un tú y un yo, y tal vez ese yo es el que narrará todo lo sucedido, todo lo que para mi debo exorcizar y tal vez exaltar para no sentir que todo ha sido en vano.

La mañana no apremiaba con los rayos de un sol casi nunca visto en ese lugar, en ese sitio amurallado donde se cree desvanecer por esa soledad que te desnuda cada anochecer, donde el alba te recibe con una cama tibia y grande, muy grande.

Todos parecíamos siluetas azules, limpias y organizadas. No siempre se cumplían las reglas, tal vez los muros no eran tan altos como todos pretendían que lo fueran, saltar era tan fácil y más cuando la vida exige volar, ser libre, al menos por unos segundos. La tapia alta no impedía caminar por las calles oscuras, por los recintos más ocultos y mundanos, donde el licor y el deseo eran elixir bendito y sagrado para todas esas noches quejumbrosas. En la mañana, durmiendo pocas horas, con una resaca, con una sed insaciable me sentaba a leer en lugares no permitido para estos oficios y esperaba la noche en las paredes heladas para danzar al viento.

La noche eran muy oscuras, la bruma cubría todo, con un cielo sin estrellas, el camino de regreso se agradecía simplemente a una buena memoria que no abandonaba ni siquiera cuando el cuerpo ebrio se balanceaba de un lado a otro, no se puede negar que muchas camas se tocaron, la lujuria se encuentra en cada esquina, pero el placer es efímero y sólo en ti lo entendí, en esa madrugada cuando todos despertaron con el rumor de una huida y sin razón tomaste mi mano en la oscuridad de la noche y me condujiste por un camino que ni yo conocía, me introdujiste en mi cama, me abrigaste y todo paso como un rumor sin importancia.

Algunas veces, por más personas que se crucen en el camino no se pueden ver, como si todos cubrieran sus rostros con velos del mismo color de sus pieles, tal vez por eso jamás supe de tú existencia hasta ese momento, hasta esa noche que en medio de mi ebriedad recuerdo y evoco como primicia de todo, como el génesis que no alcanzo a entender, ¿cómo pude pasar al lado tuyo y no sentir tu presencia?.

A veces los muros se ven tan altos, como si fueran arboles que rodean todo, ocultan el cielo que en ese tiempo no importaba si existía, una mano me condujo por la selva oscura, sólo podía sentir la delicada esencia de esa percepción táctil pero algo difusa, ¿cómo reconocerte ahora?, en la claridad del día, donde todo parece más inanimado, más como un sueño.

Ahora, que es de día y el sol enloquece a una tierra acostumbrada a la lluvia te busco, no se donde estas, no se si en realidad todo fue una alucinación en medio de una locura persistente, observo cada rostro, ninguno me es familiar, tal vez jamás había visto las miradas tristes de todo lo que me envuelve, bueno no todas son tristes, pero lo que en verdad es cierto es que no existe razón para una sonrisa verdadera. Todas las personas que se encuentran aquí están agotadas con sus propias cargas, el yugo oprime e inmoviliza. El viento es frió siempre pese a que todo el día el sol esta presente, es tan grande y resguardada esta fortaleza de encadenamientos estúpidos que los muros de concreto absorben toda la tibieza de una madre naturaleza perdida en el recuerdo.

Existen dos patios uno desértico y otro envuelto en una caja gigante de cristal, en el primero no hay nada y todas las sombras azules se sientan a llorar y a reír, algunas veces se reúnen y tratan de que los pocos rayos del día no hagan ver esos rostros pálidos casi inertes, se desnudan y dejan que sus cuerpos lánguidos sean uno con el mundo y no temen ni sienten vergüenza, ya no sienten nada, o al menos eso se piensa.

El segundo patio, aquel que esta envuelto por una caja de cristal no tiene el acceso permitido, pero siempre existe aquel que las rompe y siempre soy yo desgraciadamente, allí es donde leo los libros prohibido, donde tomo los licores que traigo cada noche en que escapo y me confundo entre la gente que cree ser la normal, aquellos que se visten de galas para desnudarse morbosamente en el jolgorio de noches muertas...

Noches muertas, tal vez eran más reales que estas, que dormir en una habitación privilegiada donde nada me ata, donde todo se pierde en los dibujos que todos los días cubren con pintura barata, y yo los repiso esperando que se cansen de cambiar un comportamiento rebelde que data de hace tantos años, pero eso ya sería otra historia, no esta, la cual parece que no llega a ningún lado.

Temí salir en algunas noches hasta que el rumor se enterrará en el más profundo olvido, pero no aguante más, todo esto me ahogaba, la tranquilidad me atormentaba, me volvía de nuevo sombra sin vida ni brillo, perdiéndome en los rincones de un calvario antiguo donde sólo el silencio me acompañaba.

La noche llego y con ella el desespero más aterrador que carcomía mi ser y me enlutaba profundamente con un alma apesadumbrada y enfermiza de libertad, los miedos se fueron y volé tan alto sobre los muros de concreto que cuando me encontré tan arriba sólo pude sonreír, sólo pude buscar la botella de licor fino y la piel más perfecta de un muladar perdido en las calles de una montaña oculta en un gran pueblo fantasma, perdido, casi invisible porque pocos, muy pocos teníamos acceso, yo lo conocía desde una infancia aterrada atemorizada por enfermedades que me habían deteriorado y ya había dejado atrás, sólo me quedo mi secreto mis vicios que me hacían volar con las alas derretidas por las llamas de mi pequeño infierno.

La mente ebria recorría un camino de regreso, un camino que siempre daba a un mismo sitio, uno de ida que era el mismo de venida, este camino que permite derrumbarse en medio de la inconsciencia de los actos.

Llegue a mi habitación y te encontré en un extremo, como un débil y divino regalo de un Dios en que no creía, ni creo, que tal vez no creo. Estabas en l suelo, tú, sin nombre pero con tal perfección fragilidad que sólo pude tomarte entre mis brazos, cuando sin razón te echaste a llorar sobre mi cuerpo agobiado por el desvelo y los excesos, te abrace y lleve a la cama y deje que durmieras en mi cuerpo, sólo observándote y pensando de donde habías salido.

Al despertar la resaca y un pensamiento de jamás sucedió aquello me mantuvo todo el día ocultándome mientras la jerarquía mayor con su poderío trataban de sacarme a la fuerza sin conseguirlo.

La locura acompaña cada estado de la mente, tal vez todos volamos en realidades subjetivas y difusas, pero creemos que es mejor ponernos en pie y caminar por la coherencia como todos aquellos infelices que hacen filas infinitas para llegar al cielo o al infierno.

En la noche me senté al borde de la cama esperando que la puerta se abriera, pero no se abrió esa vez, ni tampoco las noches siguientes, hasta que cuando el encierro me tenía en una esquina llorando, Tú apareciste y me cubriste con un brillo que no cegaba y me confundía, ¿qué podía ser todo esto? ¿qué envolvía la madrugada?. La atmósfera se adorno de un perfume a pureza y tu cuerpo albino e inmaculado era omnipresente para mi que jamás había palpado más que piltrafas arrastradas en los pisos.

Varías noches siguieron esta hasta un día en que por fin llovió y todas las luces se encendieron como ese rayo que casi incendia el recinto, los superiores entraron a mis aposentos y encontraron la desnudes de tú cuerpo. Te exiliaron y lo digo ahora con lágrimas moribundas esta noche, a mi me golpearon con látigos de cuero con terminales en acero, toda la sangre brotó de mi cuerpo y más cuando me halle en soledad y corte mi cuerpo como mi alma agonizante por tú ausencia, me encontraron y sanaron para sufrir con el vació de una verdad que se acrecentaba, ¿Acaso he vivido? ¿Acaso no es todo esto la muerte y la peste que me toma ya?.

Las alas rotas tratan de volar con un cuerpo desprotegido y sin energía, vuelo y no avanzo nada y creo que me voy a derrumbar en tierra, falta pocos metros para perderme en la lluvia fresca y aún no se si tus alas sean más grandes y resistentes que las mías o sí la vida que tan bien juega conmigo dejara de nuevo que tú, un tú sin apellido ni nombre, ni lugar, ni historia, ni final... te puedas reunir con otro ser igual que nace como un yo y se pierde en la lluvia esperando la calidez sanadora de mi recuerdo no termine tan mal como un cuento que no tiene ni pies ni cabeza, que sólo tiene una realidad entretejida por tu ser y mi esperanza desnuda.

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